Editorial

¿País de segunda mano?

¿Por qué los mexicanos somos amantes de las baratas, artículos piratas, obsoletos o de segunda mano? Esta interrogante se responde con otra pregunta, ¿realmente estamos preparados para asimilar lo último en tecnología; es decir, hay mercado para comprar la última milla, o bien, entramos a las teorías de generación de demanda?

Vamos por partes. Es cierto que en nuestra industria, una gran mayoría de los usuarios finales optan por comprar lo más barato, pero puede haber un engaño de por medio; por ejemplo, adquieren una PC que a lo mejor dista de tener los mejores componentes y generalmente es cargada con paquetería pirata, “porque el software original es muy caro”. Posteriormente es mejor comprar un UPS de marca patito, porque las marcas renombradas ofrecen productos costosos.
Quizá el usuario final esté a gusto con sus nuevas adquisiciones, sin ver que los productos llegarán a su obsolescenia tecnológica muy pronto y, por lo tanto, será necesario repetir el proceso de compra una vez más, para felicidad de algunos fabricantes y distribuidores.
Generalmente, esto será aprovechado por varias marcas que continuarán introduciendo productos caducos a tierras mexicanas, bajo la premisa de que el país no requiere de lo último en tecnología de vanguardia. Pero aquí surge otro problema: ¿Traer tecnología que, en teoría, no es necesaria se valida, o bien, es otro ardid comercial para abrir un nuevo mercado que generará dinero a los nuevos visionarios?
El fabricante dirá, “si no lo hago yo, otro lo hará”; por lo tanto, es necesario generar nueva demanda y -de paso- tecnificaremos al país”. Entonces entramos a un laberinto existencial: ¿Vivimos de la segunda mano o generamos demanda que puede ser calificada como una nueva vanidad? Por ende, compartimos las teorías de consumismo.
Pero la cuestión va más allá. Muchos de nuestros industrializados socios comerciales ven a México como el eterno patio trasero del primer mundo, un país al que le es necesario importar equipo basura puesto que se nos vislumbra en una latitud lejana a las bondades del Tío Sam.
No obstante que este paradigma puede representar un negocio jugoso para un puñado de visionarios directivos, la esencia de las cosas puede ser grave: sí somos culturalmente un pueblo de segunda mano. Por ello, la responsabilidad de difundir que lo barato no siempre es la mejor opción es de todos; la cadena de suministro, medios de comunicación, gobierno y la propia iniciativa privada.
En otras palabras, es indispensable formar una nueva cultura donde al usuario se le considere como un ente inteligente que necesita información veraz para tomar la mejor decisión y basar su compra con todo el conocimiento y, finalmente, decidir si adquiere un producto de segunda mano, o bien, uno de vanguardia, sin engaños de por medio.

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